Las campañas por el derecho a la vida tienen una idea central y una imagen protagónica, la del feto, la del niño por nacer. Es más, esta idea equipara al óvulo fecundado con cualquier otro ser humano. El óvulo fecundado es ya una persona y las campañas pretenden que todas las leyes así lo reconozcan. Dado que es una persona, puede tener la condición de “inocente”. Un aborto sería un atentado contra la vida de un inocente. Y al ser inocente, la mujer que lo aborte será “culpable”. De ahí que sea mejor no ocuparse de ella e invisibilizarla. Por eso, las campañas y marchas por la vida solo nos hablan en tres colores, el de la inocencia del feto (blanco) y el de alguno de sus sexos, hombre o mujer, celeste o rosado. Con la exaltación del feto, ni siquiera será necesario nombrar a la “culpable”.  

No nos queremos focalizar en el feto o en su madre, y para ello dejamos de mirar el árbol y nos adentramos al bosque. A lo largo de nuestra historia nacional, hemos creado a diversos sujetos “basurizados” en nuestra sociedad. Los “basurizados”, carecen de la peligrosa capacidad crítica y pueden ser funcionales al orden social ya que sus condiciones económicas y culturales los limitan a su accionar útil a la productividad. La cantidad de taxistas de Lima es un ejemplo de la “basurización” de una fuerza de trabajo que en lugar de estar pobremente autoempleada debiera ocupar puestos de trabajo que los retribuyeran tanto económicamente como a nivel de crecimiento personal.

Y también tenemos “sujetos abyectos”, aquellos que deben estar al margen de la sociedad. Lo abyecto es peligroso, contaminante (1). En el plano social, resultan peligrosos porque pueden remecer el orden social vigente y en su rebelión apelar incluso a la violencia. Por ello, nunca deben ser admitidos integrados a la polis y por lo tanto, un estigma asociado al pánico, los detiene a las puertas de la misma.

Los abyectos y los “basurizados” existen porque esta es una sociedad heterogénea que siempre se rigió por estamentos separados jerárquicamente y por ende, tuvo poca disposición a la integración. De ahí que “basurizar”, o crear seres abyectos mediante el miedo social, sean estrategias que todos usamos para afirmarnos en un estamento superior.

Una mujer es violada porque su condición de mujer es su talón de Aquiles y la hace un cuerpo “basurizable” (2), máxime si además reúne otras vulnerabilidades por condición económica, edad o discapacidad. Pero cuando tiene capacidad de reacción a su infortunio, pasa a ser peligrosa y se convierte en potencial “asesina”. Aceptar su martirio y llevar hasta el final su violación y embarazo forzoso, sería mejor que convertirse en un monstruo social. Si por el contrario, sale a las calles a llamar a un quiebre de esa expectativa sacrificial, pagará el precio de su rebelión con la estigmatización. Un homosexual puede vivir su condición en el closet con la limitación de sus derechos y visibilidad; si salta a la palestra pública, pasará de “basurizado” a abyecto, al activar el motor del pánico moral. En tiempos pasados, la iglesia católica desde una posición conservadora, se resistía a la vigencia de la libertad religiosa. Aceptaba entonces la existencia de otras religiones siempre y cuando “no se visibilizaran” y ejercieran su culto en privado. Sin guerra religiosa de por medio, una evolución de la historia la llevó a compartir su lugar de poder con el antiguo rival menospreciado, convertido hoy en su aliado.

La niña o mujer “basurizada” en una violación, volverá a ser “basurizada” con su embarazo forzoso pues ella no podrá competir en inocencia con el feto que porta. Se dirá entonces que, nacido el producto de su vientre, podrá darlo en adopción si lo desea, como a usanza antigua los bastardos servían sin saberlo en la hacienda paterna, o como aquellos niños tomados de sus “madres abyectas”, prisioneras políticas en la dictadura argentina.

Así asistimos, en medio de una estética de blancura, al nacimiento de una entidad -el óvulo fecundado- como pararrayos ante la posibilidad de cualquier mujer que podría negarse al sometimiento de una condición “basurizable”. Esa es la función de tal apoteosis. Tan es así, que nadie se ocupa de la suerte que tenga el óvulo fecundado por una violación cuando ponga los pies en la tierra, momento a partir del cual se convierta en un “basurizado” más.

Notas

(1) Sigo la noción de Julia Kristeva en Poderes del horror.  

(2) Noción que Rocío Silva Santisteban plantea en tu tesis El factor asco: basurización simbólica y discursos autoritarios en el Perú contemporáneo, aunque me alejo en ciertos aspectos.