Lo que nos deja entrever la discusión del aborto por violación así como otros temas relativos a la sexualidad y a la reproducción es la disputa política entre conservadores y liberales/progresistas al interior de la política y de las iglesias católica y evangélica.  

Rosa Mavila lo dijo ayer, “el catolicismo es también Teología de la liberación, Católicas por el derecho a decidir”, es decir, grupos más favorables a un mundo no confesional donde la democracia liberal decide en virtud a la necesidad de solucionar ciertas problemáticas mediante el debate político.

Si echamos un vistazo a los partidos políticos, del lado del conservadurismo, se sitúa el siempre pragmático fujimorismo, cercano al Opus Dei y al fundamentalismo evangélico, es decir a las de élites económicas y al número de votos. El Partido Popular Cristiano, es el que no tiene nada que ganar sino más bien perder, ya que gracias a los debates sexo-reproductivos ha hecho honor a su ideario y ha quedado al descubierto como cuasi confesional y oligárquico dejando sus pretensiones de ser moderno o “liberal” y situándose como primo hermano de partidos como Restauración Nacional (Lay) o Renovación Nacional (Rey) que también tienen como visión un Perú nuevo basado en principios celestiales -lo cual no es pecado imaginar- sino fuera que intentamos vivir en democracia y no bajo autoritarismos así sean basados en la Biblia.

El nacionalismo, no opta ni por la chicha ni por la limonada y hace el ridículo con unos congresistas votando a favor en una comisión del Congreso y en contra de lo mismo en otra comisión. Evidencia que fue simplemente un frente electoral sin ideología sólida detrás, como lo parecía en su programa de la Gran Transformación, probablemente escrito por asesores externos.

Y no hay más. Eso es lo triste del panorama político peruano cuyo espectro está prácticamente copado no por la derecha, sino por la derecha conservadora, de modo que en las próximas elecciones es probable que nuestras únicas opciones sean algo así como “Bush1”, “Bush2” o “Bush3”.

En cuanto a las iglesias, como fuerzas políticas repiten las mismas tendencias. Francisco I, el progre, trata ahora de corregir la obra empezada por Juan Pablo II, favorito de Pablo VI y continuada por Benedicto XVI. Como diría el gran historiador Tony Judt, el fracaso de Wojtyla es que su iglesia no es más universal, no guarda el monopolio en América Latina y ha perdido muchísimos miembros. Llena del conservadurismo de su papado que reprimió a sectores que no coincidían con su pensamiento y vuelta hacia un eurocentrismo, no interesa como fuerza “renovadora” de la política, sino que más bien se le identifica con el conservadurismo de un statu quo de oligarquías. Mejor ir por el mundo sin iglesia, antes que perder la fe.